Como ya hemos dicho, el proceso selectivo/constructivo de nuestra percepción, funda distintos mundos para observadores diferentes. Creamos así, una realidad propia de acuerdo a nuestra estructura perceptiva (EP) y a las distinciones que hagamos a través de ella. Por eso, en cada acto de distinción que realizamos, traemos un mundo a la mano. Un mundo diferente para cada observador, para cada distinción. Como señala Varela,
“En este acto primordial (la indicación), separamos formas que se nos aparecen como el mismísimo mundo. Desde este punto de inicio, afirmamos la supremacía del rol del observador que arrastra distinciones donde lo desee. Así, las distinciones trazadas que generan nuestro mundo revelan precisamente eso: las distinciones que efectuamos, y estas distinciones tienen que ver más con una revelación de donde está parado el observador, que con una constitución intrínseca del mundo que aparece, por este gran mecanismo de separación entre observador y observado, siempre fugaz. Encontrando el mundo que nosotros hacemos, nos olvidamos de todo lo que realizamos para encontrarlo como tal, y cuando lo recordamos, volviendo sobre nuestros pasos a la indicación, encontramos poco más que un reflejo de la imagen de nosotros mismos y del mundo… Nosotros, observadores, nos distinguimos precisamente distinguiendo lo que aparentemente no somos, el mundo. (…) El punto de partida de este cálculo (…) es el postulado de una diferenciación. Con ese acto primario de división separamos unas de otras las formas de los fenómenos que luego consideramos como el mundo mismo. Partiendo de esta posición afirmamos después la primacía del papel del observador que realiza sus distinciones según su arbitrio. Sin embargo, esas diferencias que, por una parte, engendran nuestro mundo, revelan empero, por otra parte, precisamente esto: las distinciones que hacemos y éstas se refieren más al punto de vista del observador que a la verdadera índole del mundo, el cual permanece siempre inabarcable a causa de la separación del observador y de lo observado y de lo observado. Mientras percibimos el mundo en un determinado modo de ser, olvidamos lo que hemos hecho para encontrarlo en este su modo de ser; y cuando nos remontamos a la primera posición, no encontramos ya más que la imagen reflejada de nuestro yo en el mundo y como mundo. Contrariamente a la opinión vastamente difundida, la cuidadosa investigación de una observación revela las propiedades del observador. Nosotros, los observadores, nos diferenciamos precisamente en virtud de la diferenciación de aquello que, por lo visto, no somos, esto es, en virtud del mundo.”
Los silbatos que utilizan los adiestradores de perros, nos proporcionan un buen ejemplo de la especificidad de nuestro sistema perceptivo y la manera en que nuestras realidades se relacionan con ellos. Asumamos por un momento que el sonido de estos silbatos constituyen efectivamente una clase de estímulos, de ahí que los perros lo perciban y puedan realizar algunas conductas según el tipo de pitido que emane del silbato. Podríamos decir entonces que son algo, por lo menos para los perros. Sin embargo, producto de las características físicas de este sonido, que dicen relación con una frecuencia inaudible para los seres humanos, dicho pitido no constituye un objeto perceptivo para nosotros, al menos no en el plano consciente. Nuestra estructura perceptiva no está especificada para percibir dicho estímulo.
Ahora bien, si quisiéramos responder a la pregunta si existe o no tal pitido, deberíamos aceptar al menos dos respuestas, a) existe para quienes logran oírlos, los perros y, b) no existe para quienes no logran hacerlo. Tenemos entonces, que nuestros aparatos perceptivos son la puerta de entrada para el mundo en el que vivimos y funcionan como el criterio de validación ontológica por naturaleza. Claro está que siempre en un plano intrasubjetivo, puesto que cada estructura perceptiva permite validar sus propias percepciones. Cada estructura se valida a sí misma.
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